La iglesia es un bello sueño

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La iglesia es un bello sueño. Es un sueño en el corazón de Dios que quiere que lo sueñen todos aquellos que le aman. Como todo sueño, está y no está. Es un sueño que necesita transitarse, que no está realizado del todo, pero que se puede vivir como si lo fuera para que lo sea. Un sueño es parte de la realidad, la realidad de soñar; la realidad de partir de experiencias anteriores, de experiencias de otros, de proyecciones, de creatividad, de búsquedas. Por ello también, la iglesia como un bello sueño está en vías de plena realización. Está realizada pero no plenamente, está en tránsito, un tránsito que por lo mismo tendrá sus avatares, sus desvíos, sus retornos y su disfrute.

La iglesia como un bello sueño es de alguna manera un experimento, una prueba de querer ser siéndolo. Por ello también, no considera el error como pecado; sino por el contrario, el error en este contexto es una bendición, una bendición que inclusive nos da la oportunidad de aprender más unos de los otros, nos ayuda a desarrollar la paciencia como virtud espiritual, a apreciar la diversidad del obrar de Dios en las historias, e inclusive, a batallar contra la mentalidad exitista del mundo que ha hecho sinónimos el éxito con la lealtad a Dios. En la iglesia como un bello sueño tenemos derecho a errar. Tenemos derecho a intentar ser leales a Dios desde nuestras propias perspectivas y búsquedas. Por ello también, el espíritu de rebelión, la perseverancia y la valentía son imprescindibles en nuestra espiritualidad. Con todo, no debemos de confundir la rebelión con el resentimiento o vivir con odio hacia los demás. En este sueño de ser iglesia se entiende el error porque procede del amor y el valor para intentar ser leales a Dios en un camino que no está recorrido; y que por otro ladoo, ni siquiera tenemos a otros para que nos guíen en hacerlo. Son sueños que --sin soberbia lo digo-- carecen de testimonios suficientes de los cuales aprender --aunque los hay gracias a Dios--. Lamentablemente, la iglesia como un bello sueño es vista por algunos como "permisiva". Pero no se debe de confundir la permisividad al pecado con una pastoral que le da tiempo a la gente a creer, a descubrir el rostro benigno y amoroso de Dios desde el cual también podrán vivir en el reino y abandonar el pecado. Cuando hemos salido de las prácticas pastorales autoritarias y coercitivas podemos entender también que la santidad es una búsqueda que logra su mejor expresión cuando se recibe amor y aceptación, cuando experimentamos la paciencia del otro. ¡El amor hecha fuera el temor!... y nos hace reconocer el pecado, su complijidad estructural, sus razones personales, etc. Amar de esta manera es una forma de ser leales a Dios que nos ama así. Este tipo de acompañamiento pastoral, por otro lado, requiere de la iglesia valentía y bondad, de ambas porque se corren riesgos, porque se depende mucho del otro, porque se está sujeto a críticas, porque nos involucra fuertemente con el prójimo. Estarán quienes piensen que vamos mal, pero, ¿Y qué hacía Jesús comiendo con pecadores y publicanos? ¿Qué se dirá ante las vidas transformadas en Él?

La iglesia como un bello sueño me hace recordar a los paseos familiares cuando era niño. Mis padres solían improvisar salidas, y repentinamente nos proponían: "¿¡Vamos a pasear!?". Los cuatro hermanos nos enganchábamos y todo subíamos al auto y solíamos hacer algún recorrido por las costas de Lima que terminaba en casa. Cuando mis amigos me preguntaban a dónde habíamos ido, yo les decía: "A pasear". Algunas veces se quedaban dubitativos y me volvían a preguntar: "Pero, ¿a dónde fueron?". Y yo les volvía a contestar: "A pasear". Y les contestaba eso porque el lugar al que íbamos era "al paseo" mismo. Este lugar era dinámico. Estaba conformado por el acuerdo de viajar juntos, por las olas del mar que observábamos en el trayecto. El paseo estaba compuesto por las conversaciones que surgían, por el viento que despeinaba a mis hermanas y el canto de las gaviotas. También conformaban ese lugar las anécdotas de mi papá y el hombro de mi mamá en el que recostaba mi cabeza. ¿A dónde íbamos? A pasear. La iglesia como un bello sueño puede verse también como un paseo. No le va bien siempre, pero sabe aprovechar la presencia de Dios en sus mejores etapas como señales de lo que viene. La razón de ser de la iglesia es ser iglesia, es pasear juntos e invitar a otros a formar parte de esta vida en comunidad, a amarse, a arrepentirse y confesar sus faltas, a anunciar la justicia divina, a vivir aquello que ahora es una señal, pero que será plenitud en su tiempo.

La iglesia como un bello sueño no es cualquier sueño. Es el sueño de Dios que conocemos por su Palabra, el testimonio de Jesús y la presencia del Espíritu en nuestras vidas y el mundo. Como todo sueño, es real; es una voluntad de algo que se va siendo. Cuando es soñado por los seguidores de Jesús, éstos se constituyen "iglesia". La guía de Dios la vivimos en la importancia que tiene para nosotros el estudio comunitario de la Palabra de Dios. Palabra de Dios que es bendición para nosotros cuando es comprendida, cuando es estudiada desde la apertura del corazón para hacer a un lado metodologías de acercamiento al texto bíblico que excluyen a quienes, por ejemplo, no saben leer o no tienen una formación académica universitaria o terciaria. La bendición de una maestra o de un maestro está en abrirse a la vida de los otros, a entablar una comunicación fraterna con aquellos que en este mundo son excluidos. También lo es cuando otro maestro o maestra puede salir de sus inseguiridades --sufridos-- y desde un amplio concepto de conocimiento y vida se abre a compartir aquello que es de bendición para la vida superando su condición de no profesional. No pasa por disfrazarse de sencilla o sencillo, de académico o académica; sino de advertir que la acumulación de cierta información y el dominio de ciertas técnicas y ciencias nos posiciona en un lugar de poder determinado según los patrones del mundo (el profesional, por ejemplo); y que como comunidad de fe no podemos guiarnos bajo los mismos principios excluyentes y elitistas. Por eso también, discipular es mucho más que --y en muchos casos ni siquiera lo es-- dar una lección, una académica. El discipulado es el intercambio liberador de vidas, es "la historia conjunta" en el seguimiento de Jesús el Maestro, es una denuncia hacia aquellos que han exaltado cierto tiempo de conocimiento y que lo usan con el fin de excluir o tener dominio sobre el resto. Necesitamos romper con los egoísmos de clase y abrirnos a otras formas de pensar, de pensamiento y de vida. No podemos aceptar un método que tiene detrás una ideología que persigue denigrar a tanta gente y ascender a unos pocos sobre los demás. Porque el denigrado pierde mucho más, pero el que busca ascenso en ese mundo elitista se suma a aquellos que batallan contra el reino de Dios. Éste tendrá "éxito" entre quienes tengan esa mentalidad, pero debe de ser denunciado como traidor a la fe entre quienes tengamos la visión de Jesús respecto a la vida y las relaciones humanas en el discipulado.

La iglesia como un bello sueño molesta. Sufre la adversidad de quienes trabajan consciente o inconscientemente para el antireino. No vivimos en un mundo neutro, y quienes buscan "armonizar" todas las posturas no hacen sino traicionar al crucificado, su causa y su demostración de amor en la cruz. Una vez nos llamaron "el aguantadero", porque dicen que nuestra iglesia está llena de ladrones, de sinvergüenzas, de pecadores, no sé... Lo cierto es que a mi me enorgullese que nos llamen así. Aunque sé que no somos como nos describen, me gusta la idea que aparezca la adversidad, sobre todo la que viene de los que han acomodado su fe al mundo y que "se toman su tiempo" para las transformación en sus iglesias. Recuerdo que un amigo mío describía mi ciudad natal como un lugar sombrío y mal construido. Cuando le conté que esa parte de la ciudad había sido edificada por gente que huyó del hambre y del terror de la lucha armada, todo el lugar cambió para él. Cuando se acercó a la historia y sintió el calor del lugar supo de esfuerzos, de amores, de esperanzas, de logros, y su concepción de belleza cambió. La belleza no debe divorciarse de la verdad y la lealtad a Dios. Nuestros baños "apestan" muchos días a la semana porque no dan abasto, pero ¡qué bueno que huelan así cuando la razón es nuestra ayuda a que mejoren de salud personas que están en situación de calle!, ¡Qué bueno que estemos "ilegalmente" hospedando gente, porque formamos parte de una sociedad y una Convención indiferente a las necesidades de los más pobres! Qué lindo ser una especie de "Ciudad de refugio" desde la cual se puede volver a emprender la vida, y vida en Cristo. ¡Dios ama esos lugares! Esos "santos aguantaderos" creados para su gloria. Hay veces pienso que un edificio como este es verdaderamente un "templo" solamente en estas situaciones. ¡Qué lindo es el edificio que se viene abajo porque las ofrendas van destinadas para la gente! Esos lugares embellecen el sueño de ser iglesia. Sus perfumes, mugrientos para otros, "son ofrenda grata, olor fragante para Dios". Dios habita en esa iglesia que humaniza según el segundo Adán, Jesús.

Cuando pienso, por ejemplo, en el Living de nuestra iglesia pienso en la iglesia como un sueño. No porque crea que somos asistencialistas, sino porque no los somos. No podríamos serlo nunca. Cuando vemos que vamos aprendiendo y cada vez más nos acercamos a un lugar conformado por todos, no podemos --aun si quisiéramos-- ser asistencialistas, estamos fuera del paradigma que lo haría posible. Cuando sueño el sueño de Dios se me viene a la mente tantas charlas, tanto acuerdos y compromisos de afecto a la hora de comer juntos; se me viene a la mente a Jesús viendo una película con sus amigos. Una reunión casera me hace pensar en lo mismo. Brindar su propia casa para compartir la mesa, un tiempo de testimonios de vida, de oración por las necesidades y expectativas puntuales de otro me parece un sueño, sobre todo cuando la fe nos dice que Dios nos oye, y lo hace también aquel que nos sostiene la mano. Los niños cantando juntos a los adultos me hace pensar lo mismo. Cuando los niños tienen la generosidad de mostrarnos su amor a Dios desde la danza y los gestos en sus canciones, me hace pensar, por ejemplo, que la timidez del adulto tiene su belleza. La sonrisa del tímido es la más rica en historias. Su belleza solamente puede igualarse a la danza de los niños. Saber mirarlas a ambas es virtud de la iglesia que Dios sueña. Dios sueña hombres y mujeres que dejan su tierra para amar a los pobres entre los pobres. ¡Cómo evitar seguirlos cuando están tan cerca y hacen tantos esfuerzos en el nombre de Jesús! ¡Qué bendición es su testimonio! Y qué hermosa es la historia de transformación de aquel cuya vida fue golpeada por religiosidades que los cargaron de culpas. ¡Qué lindos verlos bailar y salir del letargo! Que contentamiento nos trae verlos reconciliarse con sus historias, salir de su ostracismo y hacerse prójimos del otro...

Sin existismos, sin presiones competitivas y agrias petulancias, yo me animo a testificar en el Señor: Dios está soñando nuestra iglesia, la iglesia es como un bello sueño. Animémonos a seguir soñándola...






Juan José
Barreda Toscano